lunes, 25 de noviembre de 2019

Vuelta

Creí que nunca volvería a escribir. O que si lo hacía, sería dentro de muchos años. En parte tenía razón: ha sido como una eternidad. Quizás la eternidad más tortuosa que podría haber imaginado. Pero aquí estoy. Yo y el papel. Yo y la verdad. 

Es más fácil pensar en la oscuridad de la noche. Pero requiere más valor decirlo. 

Luché por ser feliz y descubrí que la felicidad no existía.

Luché por amistades, y me traicionaron.

Luché por quererme, y recordé que tras tanto odio ya no sabía qué era el amor.

Luché por mis sueños, y el mundo me ahogó.

Luché por tus abrazos, y me recordaste que no podía ser.

Luché por la honestidad, y me mostraron que en este mundo la hipocresía sale ganando.

Luché por un amor real, y en el camino lo perdí todo. Cuando quise recuperar el todo, era demasiado tarde. Aunque hubiera podido, ya no me quedaban fuerzas.

Y ya no quiero hablar del dolor que todo aquello me dejó. No quiero mencionar más veces el profundo sufrimiento, ni toda la historia que llevo a ello, porque quienes me quieren lo saben y lo comprenden. 

Pero sí quiero escribir sobre el después: no hay después. No te levantas un día habiendo superado todo. Toma su tiempo, su esfuerzo. Y nada sana al completo. Todo deja su cicatriz. Y a veces las cicatrices duelen. ¿Dolor fantasma? Puede. Pero se siente, y muy real.

Y aquí me hallo, tocando el piano mientras oigo la lluvia al otro lado. Hoy me duelen todas las cicatrices. Incluso las que no sabía que tenía. Hoy me duelen hasta las lágrimas. Intento tocar, intento escribir, intento, intento. Intento pero no consigo. Me he quedado sin voz, me he quedado sin salvavidas. 

La vida es triste. La vida es dolor. La vida es vivir con esas cicatrices, aún cuando cada una duele cuando quiere. La vida es no conocer la muerte. Una vez has muerto por dentro, nunca volverás a estar vivo. 


Qué se supone que tienes qué decir cuando todo lo que tienes por decir está mal. Ya nada de verdad queda en mí. Sospecho que solo una cosa e...